
Aprendiendo a diferenciar Gamificación de Serious Games
Al aproximarse por primera vez al mundo de la gamificación, no es inusual confundir este campo con una rama más de la industria de los videojuegos, del mismo modo que no es extraño entender gamificación aplicada a fines educativos o formativos como sinónimo de serious games.
Cuando un entendido en gamificación trata de explicar qué es esta herramienta, hace mucho hincapié en que no consiste en la creación de videojuegos, sino en la adaptación e integración de sus dinámicas y mecánicas en entornos no jugables con el objetivo de influir en el comportamiento del individuo. Y aquí radica la diferencia con los serious games –también denominados juegos formativos–, ya que estos sí suponen entornos lúdicos.
El término serious games, acuñado por Clarck Abt en 1970, se refiere a aquellos juegos o videojuegos que no son concebidos con la diversión como fin único, sino con objetivos formativos o educativos muy concretos. Podríamos decir que la diversión no es su razón de ser, sino un camino hacia el aprendizaje. Aprender jugando.
Está demostrado que, mientras jugamos a videojuegos, segregamos más dopamina, neurotransmisor que, entre otras funciones, mejora el aprendizaje, la memoria y la atención y regula el humor.
Los videojuegos nos gustan, nos entretienen, nos motivan, nos enganchan y, en contra de lo que se suele pensar, desarrollan nuestra inteligencia, haciendo que adquirimos conocimientos a través de la investigación y la experiencia propias, de la prueba y el error, de la repetición, del razonamiento y la lógica. Los serious games, del mismo modo que la gamificación, aprovechan estas características para hacer del aprendizaje y la formación algo mucho más atractivo.
Pese a que los principios son similares, sí se tiene claro que la gamificación no crea videojuegos sino que adapta sus mecanismos, no hay razón para confundirla con los juegos formativos.¡Mucho cuidado!
Foto de Buster Benson